Hola, soy una alumna de quinto de primaria y os voy a contar cómo fue mi curso pasado.
Todo comenzaba como un año más, con los nervios
propios del primer día de clase bien instalados en la barriga desde la noche
anterior que me impidieron poder dormir con tranquilidad. Me encontraba
entusiasmada por volver a ver a mis amigos y amigas y, además, ¡teníamos profe
nueva! ¿Cómo sería? ¿Molaría más que el anterior? ¿Nos podría muchos deberes?
Un sinfín de preguntas que se fueron resolviendo con los siguientes meses. Y sí,
hubo deberes, en ocasiones incluso demasiados, pero también hubo espacio para
la risa, los bailes y los concursos de ciencias.
Recuerdo con cariño ese caótico festival de navidad
con coreografía aprendida in extremis en el tiempo de descuento, el día
de la función de teatro en el cual las luces nos boicotearon con tres apagones
inesperados o esa excursión para visitar los tipos de árboles que hay en la
ciudad que más bien se convirtió en una lucha contra el viento para intentar
ser capaces de andar tres pasos sin perder el equilibrio
Y después PUUUM, todo se fue a negro. El 14 de marzo
nuestra vida giró tan bruscamente que incluso todavía estamos perdidos. Un
bicho decidió quedarse las calles para él solo e hizo que pasase a ver a mis
compañeros y a mi profe a través de una pantalla, que los juegos y abrazos
fuesen virtuales y los libros digitales.
Yo que tenía un manejo del mundo digital propio del siglo
pasado y un tiempo limitado de 1 hora al día con el ordenador acabé siendo una
auténtica pro y entablando una relación con mi portátil tan estrecha
como extraña. Éramos aliados en la misión de continuar aprendiendo, creciendo,
viviendo, jugando, siendo feliz.
Las clases pasaron a ser cortas y pocas, el trabajo
autónomo creció tanto como el pelo de Rapunzel y la compañía se redujo al
mínimo. ¿Quién me iba a decir a mí que echaría de menos ir al colegio? Pues sí,
lo añoré como jamás habría imaginado y fue la primera vez que acabé con el
deseo de volver a la escuela pronto.
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