martes, 13 de octubre de 2020

PRÁCTICA 1. “La mirada del otro”. Raquel Llamas López.

Aquella soleada mañana de octubre, Pablo salió de casa más enérgico que de costumbre; María del Mar, su tutora, había anunciado a la clase de tercero C que aquel día se incorporaría un nuevo maestro de prácticas, que estaba cursando su último curso de la universidad. Resultó ser Raquel, una chica de 21 años que se veía ilusionada y sonriente desde el mismo momento en el que entró por la puerta del aula.

Cada día que pasaba, Pablo estaba más feliz con su nueva maestra que les estaba impartiendo las asignaturas de Lengua, Ciencias Naturales y Valores. A Pablo le encantaba participar en esas clases porque, si sus respuestas no eran correctas, Raquel decía a sus alumnos que había sido un buen intento, y agradecía la participación. De esa forma, Pablo y sus compañeros perdieron el miedo a fallar.

Un día, Raquel consiguió que se diera la clase de Ciencias Naturales en el huerto del colegio, a pesar de que el profesor encargado de su cuidado no estaba muy convencido. Pablo disfrutó observando los pequeños árboles con sus frutos, y las distintas plantas que presumían de alguna que otra flor, pero cuando cuatro o cinco de sus compañeros comenzaron a jugar con un saltamontes y a romper el aloe vera que estaba plantado en el huerto, Raquel subió a sus alumnos de vuelta al aula. Aquella fue la primera vez que se enfadó, pero no les gritó, no hizo falta. Ella siempre incidía en el respeto hacia todo ser vivo, y ese comportamiento había sido inaceptable. Pablo sintió la decepción de su maestra como si él hubiera sido el culpable, a pesar de que él nunca había dañado a plantas o animales.

Los días siguientes Raquel volvía a mostrarse feliz e ilusionada, aunque no volvieron a dar ninguna clase en el huerto; el frío comenzaba a tener protagonismo y, al parecer, el profesor encargado de cuidar el huerto no había tomado nada bien el destrozo a su aloe vera.

El último día de clase antes de las vacaciones de Navidad, Pablo tenía en su interior una mezcla de emociones; la felicidad que le suponía aquella mañana que la pasaría jugando con sus compañeros con los distintos juegos que habían llevado a clase, tristeza porque sería el último día de Raquel como su maestra, emoción porque se acercaba la Navidad y deseaba tener todos esos discos y disfraces que había pedido de Michael Jackson, de lo que tanto había hablado con Raquel, y se lamentaba al recordar que, a la vuelta de clases, no estaría ella para poder enseñarle sus movimientos de baile del famoso cantante pero, esa vez, disfrazado de él con el traje que esperaba recibir en Navidad. Tras una mañana de risas, comenzaron las lágrimas, y Pablo fue el primero, al que no tardaron en imitar sus compañeros, mientras abrazaban a su maestra.

Pablo aquel día volvió a casa triste, orgulloso al mismo tiempo por todo lo que había aprendido de Raquel, sin saber que, en realidad, era él de quien ella tanto había aprendido.

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