Al mirar una foto de mi “yo” del pasado, tras haberse graduado en el máster de Investigación Educativa en aquellos tiempos tan extraños, siento la necesidad de querer comunicarme con ella y contarle con ilusión qué futuro le deparaba y cuánto había cambiado la educación en esos… ¿cuánto? ¿treinta años?
Sé que le encantaría
saber que su “yo” del futuro sigue siendo tan feliz como lo ha sido durante
toda su vida. Que no sólo consiguió una plaza en un precioso colegio de
Tenerife, muy cerquita del mar, sino que también continúa escribiendo todos
esos libros llenos de magia que tanto le han gustado siempre. Por suerte, mi “yo”
del pasado, su “yo” del futuro, sigue viajando entre la tierra y las nubes.
Ambas sabemos que nuestro corazón no abandonó el País de Nunca Jamás.
¿Y qué hay de la
educación? Sé que eso siempre le ha preocupado, pero a pesar de estar rodeados
de tecnología, también estamos más unidos que nunca a la naturaleza. Un día
estamos utilizando la realidad aumentada para dar las clases, y al siguiente
día caminamos hasta la playa para dar las clases sentados en la arena.
Con pena le diría que el
papel ha desaparecido casi por completo, no sólo en el ámbito educativo, sino
mundialmente. Se escribe en pantallas, se lee en pantallas… ¡hasta el dinero
son sólo dígitos en una cuenta bancaria! Yo guardo algunas monedeas y algún billete
de recuerdo, ¿cómo algo así tuvo tanto valor?
Si pudiera darle un
consejo, le diría que siga disfrutando de la vida como lo ha hecho siempre,
pero supongo que eso ella ya lo sabe. Sigue dándoseme igual de mal eso de dar consejos.
Ojalá mi “yo” del futuro,
una abuelita de 80 años, al encontrar una foto mía, me escribiera una carta
para saber cómo va todo por allá en el 2080. No sé qué será de la educación, de
mí o de mi familia, pero, por suerte, tengo claro que seguiremos viajando entre
la tierra y las nubes.
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